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El arte de escribir

Cualquiera que haya tenido la ocasión de sentarse a escribir frente a un papel en blanco se habrá dado cuenta de la dificultad que ello conlleva. La profesión de escritor, guionista o periodista entraña una dificultad e implica tal pasión que no es apta para todos los públicos.

El que se dedica a escribir debe ser, ante todo, un amante de las historias. El periodista las relata, el guionista las pone en imágenes y el escritor les da forma a base de mucha imaginación. Ese el quid de la cuestión, la capacidad de generar historias en nuestra mente, aunque no solo eso, sino que sin gran esfuerzo, dedicación y organización, un proyecto literario no va a llegar a buen puerto. Aunque suene a tópico, al escritor le debe gustar escribir. Es más, debe ser su mayor pasión, su relación amor-odio.

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El síndrome de la hoja en blanco asusta y puede llevar a la papelera a más de una historia. Sin embargo, al sentarse frente a el papel, el escritor lo primero que se pregunta es ‘¿qué quiero contar?’. Toda novela tiene un fin en sí misma, una idea que transmitir y si se tiene claro eso, ya está abierto el camino. El resto es un sinfín de pasos que se resumen en definir la historia, el tema y a los principales personajes y sus tramas. Suele pasar que muchas veces aparece antes el personaje que la historia, aunque en este sentido el orden de los factores no altera el producto.

La definición de los personajes, tanto física como psíquicamente, es el punto de partida básico y uno de los pilares más importantes de una historia. Como sucede en la vida real, que las historias no son nada sin las personas, que somos nosotros los que vamos creando el camino.

Mi pasión por las letras

Cuando comienzo a escribir una novela me gusta meterme de lleno en un mundo imaginado, con sus luces y sus sombras, creando una historia que voy desarrollando a medida que transcurre la narración, y en la que no me planteo como va a concluir, ni los acontecimientos que irán ocurriendo en la misma. Todo va sucediendo a medida que voy relatando la vida de los personajes.

Me gusta jugar con las palabras cuando escribo, y de una palabra me sale una frase, y uniendo varias frases llego a construir un capítulo; y paso a paso voy creando la vida de sus protagonistas. Y me disfrazo de mis personajes para vivir las vidas que estoy creando, y con ellos bajo a los infiernos, y subo a las estrellas, o me adentro en mares infinitos de nostalgias y melancolías.

Leo y releo cada frase escrita en voz alta para saber como suena, y pienso como le sonará al lector cuando tenga esa historia entre sus manos.

07052013- escribirSólo pretendo regalar a la gente mi imaginación en forma de palabras. Y quiero pensar que la novela no se quedará olvidada una vez leída; que su recuerdo les hará volver a abrirla después de unos años, porque cuando cerraron la última página sintieron un gran vacío. Lo mismo que me ocurrió a mí con una de las primeras novelas que leí cuando tenía entre catorce y dieciséis años: Gran Hotel, de Vicki Baum. La he vuelto a leer varias veces, porque es una historia que me enganchó desde sus primeras páginas. Me sumergí con facilidad en las vidas de sus protagonistas, donde percibí una variedad de sensaciones que me atraparon pese a mi corta edad. Y, años más tarde, al volver a leerla, he experimentado una profunda conexión con la autora, y la misma inquietud por la trama que me produjo en mi adolescencia, desbordando mi imaginación. Creo que desde entonces aprendí a vivir las historia que leo y las que escribo.

A la hora de escoger un libro, apuesto por aquellos autores que demuestran una gran imaginación al escribir, como fue el gran Julio Verne, que escribió obras como: La vuelta al mundo en 80 días, Viaje al centro de la tierra y Miguel Strogoff, describiendo la estopa rusa y el Kremlin como si hubiera estado viviendo allí. O Emilio Salgari, que escribió Sandokán; o Edgar Alan Poe, increíble en novela negra, relatos y cuentos. También me interesan muchos otros escritores, aquellos que se han pasado muchos años investigando una historia para narrarla con todo lujo de detalles, como Tom Wolf, que su Hoguera de Vanidades le costó pasarse diez años en Nueva York, yendo cada día a Wall Street, a ver el manejo de la Bolsa, acudiendo a juicios, asistiendo a las fiestas de la alta sociedad… O Graham Green, diplomático y escritor, que visitó casi todos los países del mundo, escribiendo obras como El sastre de Panamá, Los Comediantes, Nuestro hombre en La Habana. Magnífico también Kent Follet, en Los pilares de la Tierra… Me gusta mucho Gabriel García Márquez, Paulo Coelho…y muchos otros, además de los clásicos, que siempre hay que leer.

Los últimos que he leído: Contra el viento del norte y Siete olas, de Daniel Glattauer; El tiempo entre costuras y Misión olvido, de María Dueñas; La amaba y Juntos nada más, de Anna Gavalda; El tango de la vieja guardia, de Arturo Pérez Reverte…

Y hay muy buenas novelas que no tienen una gran repercusión entre el público. Lo que demuestra que se necesita un buen marketing para lanzarlas, como le ocurrió a Don Brown, que primero escribió Ángeles y demonios sin obtener ningún éxito, pero cuando publicó El código da Vinci obtuvo un gran éxito, y los lectores fueron en busca de sus antiguas obras.