AMOR EN «FA» SOSTENIDO
POR CARLOS PRIETO (PINTOR)
Mi inspiración todavía caminaba con grilletes ebria de trementina y amor. Aplasté el pincel sobre los colores olvidados de mi paleta, terminando de darle forma a uno de mis enjutos personajes con ojillos empañados de dolor y absenta.
Mientras se derretía una lánguida melodía en fa sostenido del maestro Ludovico Eunaudi, acompañado de un triste y agonizante violín que humedecía esta mirada infiel alejándome de la realidad hasta una calle helada por el frío del amanecer, donde sólo podía escucharse el rodar de los coches que despertaban las calles y acunaban la luz de las farolas.
Ella rellenó su copa. Otra más. El bourbon ya sobrepasa el límite de la etiqueta Four Roses. El carmesí de sus labios vaciaba la cajetilla de Fortuna, encendiendo su primer cigarrillo con el fuego de sus ojos y tiñendo la boquilla de carmín y mentiras. Se tumbó sigilosa sobre la alfombra que reposaba a los pies de mi caballete. Se retorcía como una cascabel hambrienta. A ella no le importaba mancharse ese vestido tan sexy rojo picota.
Mis trazos sobre el lienzo empezaron a ser difusos, tanto como la descarada sonrisa con la que ella me miraba. Sus ojos de gata en celo brillaban entre las sombras, como sus pechos en carne viva, derritiendo con su aliento el papel pintado de mi taller. Su belleza era ambigua e inquietante. Caminaba hacia mí, felina, muda, sensual, maliciosa, desnuda… Esa falda ya no pertenecía a sus piernas, yacía a los pies de mi cama.
Volvió a rellenar su copa, escanciando el bourbon de la botella que estrangulaba con su mano, llenándolo hasta el borde, dejando caer unas gotas sobre la alfombra llena de manchas de pintura seca. Iba dando pequeños sorbos, sin dejar de mirarme, la escuché decir con la voz entrecortada. “¿Amor, …dónde estabas cuando más te necesitaba?”
Fue una pregunta que no obtuvo respuesta. Mi boca estaba seca. La pasión me dominaba. La conocía tan bien…, que no quise alentar pensamientos equivocados.
Llegó representando el papel de mujer mundana. Se fue acercando hacia mi gateando, envuelta en una aureola de perversión y deseo. “Acaríciame.”-me dijo-. Mientras humedecía la parte superior de sus labios con el filo de su lengua. Cogió mis manos y las puso sobre sus pechos, presionándolos con ternura. Su boca perversa, casi pegada a la mía, lamía mi oreja mientras me decía que me amaba.
Las palabras quedaron ausentes en mi paladar. El morbo se podía masticar.
Deslizó mi barbilla con uno de sus pulgares hasta la altura de sus retinas, mis pupilas iban archivando cada unos de sus movimientos tan sensuales; mientras tanto, las cerdas de mis pinceles se erizaban y la pintura impregnada en mi último lienzo se derretía. Empezó a besarme descontroladamente, retorciendo su pasión contra mi deseo, arañando mi espalda y mi corazón herido. Ella sabía que no era capaz de rendirme a sus encantos de “femme fatale” y le gustaba jugar conmigo a fuego lento.
La vi tumbarse en el camastro, invitándome a hacerlo junto a ella. En ese momento comprendí que las largas noches de insomnio, y los días de cientos de horas, ya no serían tan largos. Su cuerpo, atrevido, desafiante, con un lunar en forma de corazón bajo su rótula izquierda, dándole aún todavía más sentido a su belleza, reptaba por el mío escandalosamente, enroscándose cual serpiente hambrienta en un peregrinar sin metas posibles, asegurándome que sería la última vez que vendría a verme.
Sin embargo, por la mañana, mientras en la calle llovía melancolía, ella me despertó haciéndome el amor muy lentamente.
Pasión de una noche.
Mientras se derretía una lánguida melodía en fa sostenido del maestro Ludovico Eunaudi, acompañado de un triste y agonizante violín que humedecía esta mirada infiel alejándome de la realidad hasta una calle helada por el frío del amanecer, donde sólo podía escucharse el rodar de los coches que despertaban las calles y acunaban la luz de las farolas.
Ella rellenó su copa. Otra más. El bourbon ya sobrepasa el límite de la etiqueta Four Roses. El carmesí de sus labios vaciaba la cajetilla de Fortuna, encendiendo su primer cigarrillo con el fuego de sus ojos y tiñendo la boquilla de carmín y mentiras. Se tumbó sigilosa sobre la alfombra que reposaba a los pies de mi caballete. Se retorcía como una cascabel hambrienta. A ella no le importaba mancharse ese vestido tan sexy rojo picota.
Mis trazos sobre el lienzo empezaron a ser difusos, tanto como la descarada sonrisa con la que ella me miraba. Sus ojos de gata en celo brillaban entre las sombras, como sus pechos en carne viva, derritiendo con su aliento el papel pintado de mi taller. Su belleza era ambigua e inquietante. Caminaba hacia mí, felina, muda, sensual, maliciosa, desnuda… Esa falda ya no pertenecía a sus piernas, yacía a los pies de mi cama.
Volvió a rellenar su copa, escanciando el bourbon de la botella que estrangulaba con su mano, llenándolo hasta el borde, dejando caer unas gotas sobre la alfombra llena de manchas de pintura seca. Iba dando pequeños sorbos, sin dejar de mirarme, la escuché decir con la voz entrecortada. “¿Amor, …dónde estabas cuando más te necesitaba?”
Fue una pregunta que no obtuvo respuesta. Mi boca estaba seca. La pasión me dominaba. La conocía tan bien…, que no quise alentar pensamientos equivocados.
Llegó representando el papel de mujer mundana. Se fue acercando hacia mi gateando, envuelta en una aureola de perversión y deseo. “Acaríciame.”-me dijo-. Mientras humedecía la parte superior de sus labios con el filo de su lengua. Cogió mis manos y las puso sobre sus pechos, presionándolos con ternura. Su boca perversa, casi pegada a la mía, lamía mi oreja mientras me decía que me amaba.
Las palabras quedaron ausentes en mi paladar. El morbo se podía masticar.
Deslizó mi barbilla con uno de sus pulgares hasta la altura de sus retinas, mis pupilas iban archivando cada unos de sus movimientos tan sensuales; mientras tanto, las cerdas de mis pinceles se erizaban y la pintura impregnada en mi último lienzo se derretía. Empezó a besarme descontroladamente, retorciendo su pasión contra mi deseo, arañando mi espalda y mi corazón herido. Ella sabía que no era capaz de rendirme a sus encantos de “femme fatale” y le gustaba jugar conmigo a fuego lento.
La vi tumbarse en el camastro, invitándome a hacerlo junto a ella. En ese momento comprendí que las largas noches de insomnio, y los días de cientos de horas, ya no serían tan largos. Su cuerpo, atrevido, desafiante, con un lunar en forma de corazón bajo su rótula izquierda, dándole aún todavía más sentido a su belleza, reptaba por el mío escandalosamente, enroscándose cual serpiente hambrienta en un peregrinar sin metas posibles, asegurándome que sería la última vez que vendría a verme.
Sin embargo, por la mañana, mientras en la calle llovía melancolía, ella me despertó haciéndome el amor muy lentamente.
Pasión de una noche.
Pero en esta ocasión, su ausencia ya no me partió en mil pedazos el alma, porque la vi alejarse herida…
8 de Noviembre de 2013