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Párrafo de DON ISIDORO, otra magnífica novela de Celia Velasco-Saorí.

«Una tarde, Pepa llamó al timbre del piso de DON ISIDORO con insistencia. El hombre tardó unos minutos en abrir, ya que tenía que recorrer un largo pasillo hasta llegar a la puerta de entrada, y su paso era cada día más lento.
-Hola, Pepa. Me alegro que vengas a hacerme compañía. Estaba un poco adormilado en el sofá. Como me acuesto tan tarde, o tan temprano, según se mire –le dijo, sonriendo ante su propia gracia-, después de comer, me entra un sueño tremendo y me gusta dormir un ratito.
-Siento haberle despertado, pero necesitaba hablar con usted urgentemente –le dijo alterada, entrando hasta el salón del piano, donde sabía que el hombre acostumbraba a echar su siesta tumbado sobre una preciosa chaise longue, algo deshilachada en las costuras.
-¿Qué pasa, hijita? Te veo perturbada –aseguró el hombre, siguiéndola por el pasillo.
-¡Claro que lo estoy! No se imagina lo mal que me encuentro desde hace dos días.
-Cuéntame, muchacha. ¿Qué puedo hacer por ti? –le preguntó, sentándose a su lado con cara de preocupación, pues nunca la había visto tan descompuesta.»

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