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“COMO VIVIR CON UN REPORTERO Y NO MORIR EN EL INTENTO”

(Entrevista de Celia Velasco-Saorí para la revista ENKI)

Cuando me dicen que tengo que hacer una entrevista a un “todo terreno” en periodismo como es Pedro Prieto, quien lleva 35 años recorriendo el mundo de punta a punta persiguiendo la noticia, que no sabe lo que es un día de fiesta, que no recuerda que el día tiene solo veinticuatro horas, que jamás ha pedido una baja por enfermedad y que, además, es mi marido…, es ponerme en una difícil situación.

Gran parte de su trabajo ha quedado reflejado en el libro que acaba de publicar “…y que me quiten lo bailao. (Un reportero en el mundo)”, en cuya presentación estuvo arropado por más de 500 personas que colapsaron uno de los salones del Hotel Valparaíso de Palma de Mallorca.       10956632_10206260682138627_2641449076673776684_n

Y es que son muchas las personas en la isla que le están agradecidos, y así se lo demostraron acudiendo a la presentación de sus memorias porque, Pedro Prieto, además de buscar continuamente la noticia, siempre ha estado al lado de los más débiles, poniendo voz a los sin voz y ayudando a unos y otros a través de sus publicaciones en el diario Última Hora.

En Periodismo lo ha hecho prácticamente todo, desde perseguir a los famosos por toda la isla en su época de paparazzi, a viajar a cualquier parte del mundo para cubrir la noticia, ya fuera de un terremoto, un tsunami, o cualquier otra catástrofe  que pudieran estar implicados mallorquines. O entrevistar a presidentes de estado, o a presos políticos, o simplemente presos, o encarcelados en el corredor de la muerte. A veces ha tenido que viajar de forma inesperada, como cuando viajó a Australia para escribir la crónica de la final del OPEN de Australia entre Carlos Moyá y Sampras, donde permaneció menos de 24 horas. Aunque generalmente sus viajes han sido más largos en cuanto su duración, como el que hizo a La Antártida, o el largo recorrido en el Transiberiano, la lista de estos sería interminable. Ha viajado más de doce veces a México, y de ellas, tres en un mes. Ha recorrido gran parte del mundo con su compañero Joan Torres buscando las ciudades llamadas Palma. Ha llegado a Hiroshima (Japón) cuando se cumplió el sesenta aniversario de su destrucción por la bomba atómica. Viajó a la ex Yugoslavia en cuatro ocasiones durante la Guerra de los Balcanes, ha estado dos veces en Jerusalén buscando y entrevistando a “xuetas” mallorquines convertidos al judaísmo. Al Líbano dos veces. A Kosovo tres. A Kabul (Afganistán) siguiendo a los soldados mallorquines destacados en esos países en misión humanitaria. Fue a Ciudad Juárez para hacer un reportaje sobre el Feminicidio (matar a las mujeres por el hecho de ser mujeres). Se desplazó hasta La Higuera (Bolivia) para saber cómo fue el último día del Ché Guevara, visitó a  misioneros mallorquines en Burundi, Ruanda, Tanzania, Paraguay y Perú. Estuvo con los descendientes de mallorquines en Argentina cuando lo del “corralito”…

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La familia: Hijos y nietos.  (Foto: Juan A. Montañez)

Ambos salíamos de otro matrimonio cuando nos conocimos, él aportaba dos niños gemelos de cuatro años y yo una niña de dos, iniciando una difícil relación de personas separadas en una época que eso parecía “un pecado”. Él, maestro de profesión, y yo azafata de vuelo retirada. Pero el paso que acabábamos de dar bien merecía tirar hacia delante con lo que fuera. Pedro entró a formar parte de la plantilla del diario en el que estaba colaborando, Ultima Hora, mientras que yo me adentraba en un mundo que desconocía, pero apasionante: la radio y el reporterismo de calle. Y en él me metí sin pensarlo, siguiendo los pasos del que se convirtió en mi maestro durante doce años.

Pronto comprendí que la vida de la persona con la que compartía mi vida era un tanto especial. Continuos viajes a cualquier parte del mundo, lo que se traducía en muchas horas de soledad y en muchas noches de incertidumbre, pues no era posible conectarme con él por estar en lugares donde no era fácil la comunicación telefónica. Tampoco disfrutábamos de los almuerzos de los domingos con nuestros respectivos hijos, porque él no tenía libre los fines de semana, ni los días de Navidad, ni de Reyes, ni de Semana Santa… Y los veranos en los que la isla se llenaba de famosos, salía de casa muy temprano y llegaba demasiado tarde. Por todo ello,  hay que ser de una pasta especial para saber llevar este tipo de vida.

Años después decidimos casarnos y tuvimos un hijo. Ya éramos familia numerosa. Y como los cuatro hermanos se llevaban bien, formábamos una piña cuando podíamos reunirnos todos un día a la semana.

Han sido varias las veces que nos hemos cambiado de casa y, casualmente, cuando esto se producía, Pedro estaba en uno de sus viajes. Ahora, desde la distancia, al recordándolo sonrío, pero he soltado alguna lágrima de impotencia cuando me veía con los dos niños pequeños, rodeada de muebles y cajas por deshacer, y ellos pidiéndome que les preparara la comida cuando no sabía dónde podía encontrar una sartén.

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Pedro y Celia (Foto: Juan A. Montañez)

Sé que no es fácil convivir con una persona que no tiene horarios, que se entrega en cuerpo y alma a su profesión; una persona que, noche y día, el teléfono es su compañero inseparable, que siempre tiene la maleta junto a él para emprender un nuevo viaje. Pero eso, tal vez, es lo que nos hace estar más unidos. Yo entiendo su profesión y he aprendido a convivir con ella. No hemos podido llevar una vida tradicional con los hijos que, por su lado, también han comprendido por qué su padre no estaba con ellos como los de la mayoría de sus amigos.

Quizás, por esta razón, nuestra convivencia ha sido más rica que la de otros matrimonios. Sin duda, las ausencias han hecho que tengamos muchas más cosas que compartir cuando estamos juntos. Y como respetamos nuestras respectivas profesiones, y nos apoyamos en las decisiones a tomar, no existen las discusiones típicas de las parejas que están juntas durante muchas horas del día.

Conozco de primera mano como han sido todos sus viajes, las penurias que ha pasado. Y solo el entusiasmo que siempre ha puesto para exprimir hasta el último de los detalles del reportaje que tenía que cubrir, ha hecho que jamás tirara la toalla.

Por otra parte, Pedro es persona optimista donde las haya. Por ello, siempre ha llegado hasta donde se ha propuesto, y eso que no habla inglés, algo imprescindible para un  trotamundos, sin embargo – y no sé cómo- él ha conseguido arreglárselas. Tampoco le he visto nunca cansado, pero sí muy pendiente de echar una mano a quien lo ha necesitado. Jamás ha perdido la fe, sabiendo subir a la cima y bajar a los infiernos con la misma ilusión.

En mi nueva etapa de escritora, muchas veces me ha dicho que debía escribir un libro que se titulase: “Cómo vivir con un periodista y no morir en el intento”. Pero es que yo también he disfrutado de sus triunfos, de sus batallas ganadas, de la ilusión de verle feliz con sus metas alcanzadas.

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Celia Velasco-Saorí

Escritora

 

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