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La angustia de la espera (Los atardeceres de Julia)
-Don Javier no ha llegado en este vuelo -le dijo el guardés.
-No puede ser. Le he llamado varias veces al móvil y lo tiene apagado.
-Habrá teneido algún contratiempo -trató de calmarla.
Julia volvió a llamarle. Solo el contestador se escuchó al otro lado.
Las agujas del reloj que había sobre la biblioteca caminaban
lentamente, apenas se movían, por lo que las horas que faltaban
para el avión de la tarde, no llegaban nunca. Las tres…, las tres y
media…, las cuatro… Y así, sin dejar de contemplar las manillas del
reloj, llegaron a marcar las nueve y media de la noche.
Pasadas las diez, sonó el timbre de la puerta. Julia salió corriendo y abrió precipitadamente, encontrándose solo con la cara contrariada del guardés.
-Lo siento, señora, pero tampoco ha llegado en este vuelo. Quizás espere al de mañana a primera hora.
Subió al dormitorio, sacó los tranquilizantes del neceser y se tomó varios de golpe. Bajó de nuevo al salón y empezó a pasear de un lado a otro. No deseaba alarmar a nadie sin saber qué había ocurrido realmente. Se sirvió un whisky sin preocuparle que el alcohol le podía sentar mal con las pastillas que acababa de tomarse. Solo sabía que necesitaba algo fuerte que apaciguara la ansiaedad que se estaba apoderando de ella.
Se sentó frente al fuego dela chimenea con la mirada fija en las ascuas. Volvió a llamar al móvil de Javier como una autómata, pero el buzón de voz saltó como única respuesta.