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Laura se va al cine con su madre (VIDAS ROTAS) DE CELIA VELASCO-SAORÍ

Mamá, no tengo demasiado espacio en el ático, pero nos arreglaremos bien -le dijo Laura, cuando le tocó el turno a ella-. No he podido quedarme con el cuarto piso que tenía la abuela, que era más grande y estaba mejor acondicionado, porque hasta que no encuentre trabajo, tendré que organizarme con el dinero que me ha dado, que pienso devolvérselo cuando haya ahorrado algo. Además, tampoco necesito mucho más espacio para mi sola.images-189

-Estoy muy orgullosa de ti, hija mía. Has estudiado mucho y te mereces triunfar en la vida. Yo también te he traído algo de dinero para que te arregles hasta que encuentres trabajo.

-No, mamá. No te preocupes. Sabes que no necesito mucho para vivir.

-Cógelo hija, soy yo la que no lo necesito. Cuando encuentres trabajo me lo devuelves, si eso te hace sentir mejor.

-Gracias, mamá. Te lo devolveré. Estoy segura que encontraré algo pronto.

Y cambiando de tema, la cogió del brazo, y le preguntó:

-¿Qué te apetece si nos vamos al cine y nos inflamos a palomitas?images-186

-Me parece una excelente idea, hija. No sé cuándo fue la última vez que entré en una sala de cine. Posiblemente cuando todavía era en blanco y negro -sonrió.

Volvían a casa madre e hija comentando la película y riendo al recordar algunas escenas de “La jaula de las locas”, una divertida comedia que interpretaban Robin Williams, Nathan Lane y Gene Hanckman, entre otros grandes actores.

La noche estaba cerrada.

Una farola desprendía una suave luz amarillenta en la acera de enfrente, y solo la luna, casi llena, iluminaba la calle vacía y silenciosa.

De pronto les pareció escuchar unos pasos que se aproximaban cautelosamente.images-176

Asustadas, se apoyaron en un portal que tenía la puerta cerrada, un poco retranqueada, con lo que les pareció que nadie podía verlas, y se quedaron quietas unos minutos que les parecieron eternos, en los que solo se escuchaba el latir de sus corazones.

Allí permanecieron hasta que, una vez transcurrido un tiempo prudencial, y ya nada se oía en la calle, salieron cogidas de la mano a paso lento, descubriendo enseguida la silueta de un hombre acechándolas entre los coches aparcados.images-187

 

 

 

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