Párrafo Los atardeceres…
Poco a poco, Julia se fue acercando a la cama hasta que se atrevió a poner una mano sobre la suya.
Apenas la rozó y la sintió helada.
-Amor mío… ¿qué te ha pasado? ¡Estas destrozado!
¿Cómo ha podido ocurrirte algo tan espantoso..?
– El dolor que siento, viéndote así, me parte el alma.
-¡Tienes que luchar, mi vida!
-Tenemos muchos planes que llevar a cabo. ¿Te acuerdas?
-Esos que planeamos juntos sentados frente a la chimenea de la casa de Navacerrada, y que pensamos que nunca podríamos realizar. Pero, ahora, ya nada ni nadie nos lo impide.
-He programado el viaje de novios con tanta ilusión, que no nos lo podemos perder.
-Sé que te va a encantar…
-No dejes de luchar, mi vida…
– ¡Tienes que luchar!
Yo lo haré a tu lado, para darte fuerzas…
Los médicos dejaron que Julia pasara unos minutos a la UCI.
El pequeño espacio estaba casi en penumbra, y él lleno de aparatos que emitían pitidos intermitentes.
Múltiples cables conectaban a una máquina su mutilado cuerpo.
Aquella imagen la dejó petrificada.
Se tapó la boca para que no se escapara un grito de su garganta.
Era devastador ver a aquel hombre tan fuerte, tan vital, tan lleno de vida, cubierto de sondas por todos lados.
Un tubo grueso, el respirador artificial, lo tenía introducido en la boca sujeto con un esparadrapo.
Le habían rapado ese hermoso cabello gris que tan atractivo le hacía, viéndosele un craneo totalmente rasurado, cosido a puntos y embadurnado de yodo.
Sus ojos verdes, siempre brillantes, que parecían sonreírle cada vez que la miraba, permanecían cerrados, hundidos. Y de esos labios que tantas veces había besado, secos y pálidos como los de un cadáver, colgaban los hilos negros de los puntos.
Tenía ambas piernas escaroladas, una hasta el muslo, y la otra hasta la rodilla, así como el brazo izquierdo. Sólo la mano derecha parecía que no había sufrido daño alguno, pero de su brazo colgaba una vía de la que pendían varios cables con bolsas de suero, sangre, antibióticos y calmantes.
Cerca de la cama había un ordenador que controlaba sus constantes vitales.
El hombre fuerte, atlético, de sonrisa permanente y mirada serena,
se había convertido en poco menos que en un despojo humano, tumbado sobre una cama,
y enchufado a la vida a través de un tubo, como si fuera un robot.
Tan esperpéntica imagen se quedó grabada en su retina que, espantada, no dejaba de mirarle
con las manos tapando su boca para evitar que se le escapase un grito de dolor.
Javier introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón, sacó una pequeña caja de terciopelo rojo y la abrió, mostrándole a Julia un precioso anillo de platino con una impresionante brillante que la hizo enmudecer.
Ella le miró con los ojos inundados de lágrimas de emoción.
-¿Quieres casarte conmigo, Julia? -le preguntó con cierta solemnidad, a la vez que sus dedos retiraban las lágrimas que corrían por su rostro.
-¡Naturalmente que si, mi vida! -musitó mirándole fijamente a los ojos.
Ambos se fundieron en un interminable abrazo y, cogidos de la mano, subieron las escaleras hasta el dormitorio.
Allí se estuvieron amando, hasta que la luz del alba comenzó a entrar silenciosamente entre las cortinas.
Julia miró a través de los ventanales del salón y vio como el viento del norte, que azotaba con fuerza, había arrastrado las bolsas de basura que el jardinero había apilado para recogerlas al día siguiente, dejando una espesa alfombra de hojarasca sobre el suelo del jardín, cuyos árboles, a los que el otoño estaba dejando desnudos, parecían esqueletos alineados.
-Buenos días. ¿Puedo sentarme a su lado?
-¿Nos conocemos?-preguntó Julia sorprendida, cuando vio de pie frente a su mesa a un apuesto desconocido.
-De momento no- sonrió el jóven-, pero eso tiene fácil solución. Me llamo Óscar Jiménez, y si me he acercado no ha sido sólo para hacerle compañía a una hermosa mujer, sino porque me ha parecido que necesitaba de alguien que la escuchara. Ante todo no quiero que piense que pretendo ligar con usted. Sólo charlar un rato, si me lo permite.
-Me llamo Julia. Julia Maldonado. Y le tendió la mano.Ante tan inusual y curiosa manera de presentarse, le sonrió invitándole a sentarse.
-Pues encantado Julia. Y ahora que ya nos conocemos, estamos en disposión de tutearnos. Es más
sencillo si se pretende entablar una amistosa conversación. ¿Tienes preferencia por algún tema en concreto?
-Pues… la verdad… no sé. Me has pillado con la mente en otro sitio…
-Si, ya me he dado cuenta. Ese ha sido el motivo por el que me he acercado a ti. Me pareció que se te escapaba una lagrimilla, y yo no puedo ver llorar a una mujer. No pretendo entrometerme en tu pena, pero aquí estoy para lo que necesites.Y te lo digo en serio. Podemos hablar de ese dolor que he visto reflejado en tu rostro si te hace sentir mejor, o del mal tiempo que se nos avecina en la sierra. Tu escoges.
A Julia le gustó la fluída verborrea y el buen humor de ese hombre, cuya espontaneidaz y sencillez la alejó de su tristeza.
Amar y ser amado, ese es uno de los objetivos que pretendemos alcanzar en la vida. Sentimientos a flor de piel, pasión, felicidad en definitiva. Pero no todos somos capaces de conseguirlo, conformándonos (en muchos casos) con un matrimonio al que se llega casi por inercia, una vida tranquila en todos los sentidos y unos hijos maravillosos que ocultan un vacío en lo más profundo de nosotros mismos, como en el caso de Julia, la protagonista de la primera novela de Celia Velasco-Saorí: “Los atardeceres de Julia”. Una obra en la que se habla de sentimientos femeninos y en la que los hombres también podrán conocer lo más íntimo del sexo opuesto, haciéndoles pensar incluso en ellos mismos, porque aunque el hilo conductor está marcado por su protagonista, Julia, los tres personajes masculinos son indispensables para que la historia llegue a su fin.
Y aunque la vida no siempre transcurra como habríamos deseado, es capaz de sorprendernos en un momento dado y la situación puede dar un vuelco, que debemos aprovechar. Así, en la madurez, y tras más de 20 años de matrimonio, Julia conoce a su gran amor, descubriendo la profundidad de las verdaderas emociones, de la pasión, el placer de sentirse viva… aunque luego llegará el dolor. Un dolor tan intenso que la enloquece… Y es que, a medida que va transcurriendo la historia, el lector podrá descubrir diferentes tragedias que le encogerán el alma.
En definitiva, una novela romántica, cruda y emotiva, donde se vivirán momentos de sexo explícito, sin tabúes y con la que Celia Velasco-Saorí quiere transmitir un mensaje: “que las mujeres solemos esconder un sentimiento en nuestro interior que no siempre tenemos la posibilidad de exteriorizar”.
Puedes encontrar el libro en Amazon y El Corte Inglés
Se desabrochó lentamente el abrigo y lo dejó caer al suelo. Se dirigió a la nevera, abrió una botella de vino y, sirviéndose una copa, empezó a dar vueltas por el salón como una posesa…
Al rato, dando traspiés por el salón, terminó por sentarse en un sofá, apoyó cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Poco después unas lágrimas calientes empezaron a deslizarse por su rostro, a la vez que imágenes confusas se proyectaban nítidamente en su mente, viéndose ella misma, un año atrás, llamando al movil de Javier sin obtener respuesta.
Todo a su alrededor se quedó paralizado. Y, de repente, el pasado se convirtió en presente.
Y su mente trastornada la llevó a verse tirada en cualquier calle, como un perrillo sin amo, sola, abandonada…
Cuando Julia entró de nuevo en aquella casa, tuvo la sensación de como si todos los fantasmas del pasado la estuvieran esperando para abalanzarse sobre ella.
Eran como presencias extrañas prestas a recordarle cada momento allí vivido un año atrás. De reperte, le pareció como si una fuerza malévola le absorviera toda su energía dejándola completamente bloqueada, sin apenas fuerzas, y percibiendo al mismo tiempo un olor denso y viscoso…