Un «trozo» de Los atardeceres de Julia
«Quiero pedirte perdón por no haberme comunicado contigo en todos estos meses.
Antes de explicarte nada, quiero que sepas que me siento avergonzado por la última y desafortunada conversación que mantuvimos.
En mi delirio, en el que se mezclaron el alcohol con la desesperación, creo que fui altamente grosero contigo, de lo que ahora me arrepiento una barbaridad.
Conociéndote, como te conozco, sé que habrás estado muy preocupada sin tener noticas mías.
No he tenido conciencia del daño que os estaba haciendo a ti, y a los chicos.
He deambulado de un lado a otro sin control alguno, permaneciendo en moteles de carretera, lugares totalmente inhóspitos, hecho una piltrafa, junto a una botella de alcohol como compañera inseparable.
De alguno de ellos me echaron sin contemplaciones, por portarme como un desequilibrado, rompiendo vasos y botellas contra la pared en los momentos en los que el exceso de alcohol me llevaba a lo locura.

Mi estado físico, y mental, era lamentable.
He llegado a pasar cinco días sin salir de una cochambrosa habitación, tumbado en la cama, borracho como una cuba, y comiendo, cuando el hambre y la conciencia me lo pedían, algún trozo de pizza.
No me he metido debajo del agua de la ducha en muchos días.
El mundo que estaba fuera del mío en esos momentos, nada me importaba.
Me hubiera gustado no despertarme del gradable sopor que me invadía cuando llegaba a perder la conciencia…»


«En mi interior había una lucha constante de inquietudes desconocidas que me empujaban a buscar otras alternativas que me devolvieran la seguridad en mí misma, a descubrir que podía ser autosuficiente, independiente, libre… Ni yo misma sabía lo que me pasaba. Creía que la vida que llevaba junto a mi marido y mis hijos era la de todos los matrimonios: obligaciones, cariño, respeto… Hasta que me di cuenta que debía haber algo más que me hiciera sentir plena. Y un día mi cuerpo reaccionó. Y el simple hecho de pensar en el abrazo de otro hombre distinto a mi marido, me excitó hasta límites insospechados. De esta manera comprendí que los lazos que me unían a David no era amor. Como tampoco era hacer el amor cuando me tomaba, pues sus besos jamás electrizaron mi cuerpo como me ocurre ahora con Javier. Él si me ha hecho descubrir todos los placeres del sexo, y a su lado he aprendido a quererme y valorarme como mujer.


PRÓLOGO








