Una vida marcada por la infidelidad, el sexo, el amor y la tragedia. Una novela romántica, pero cruda y emotiva, donde se vivirán momentos de sexo explícito, sin tabúes. ¿Cuántas mujeres se verán retratadas en esta novela? Muchas, sin duda. ¿Y cuántos hombres descubrirán los sentimientos más íntimos de una mujer? Todos, tal vez. Aunque cambien las circunstancias sociales, o vivan en otros lugares, el relato presenta unas coordenadas existenciales claras y fácilmente extrapolables: matrimonio al que se llega casi por inercia y en el que no existe pasión. Vida sosegada, hijos estupendos, tranquilidad económica… Pero todos son logros y éxitos que no pueden ocultar el sinsentido de una vida que va transcurriendo vacía, hasta que Julia, en su madurez, tropieza con el amor verdadero, que es cuando, justamente, más se puede saborear y valorar en toda su dimensión. Porque hasta que no se tiene una edad con bastante recorrido, el alma y la piel no están preparadas para manifestar la profundidad de algunas emociones y pasiones.
Eso es lo que le sucede a la protagonista de esta historia: sencillamente, descubre el placer de sentirse viva, amar y ser amada cuando llega a esa época de su vida. A lo largo de esta novela se van sucediendo diversas tragedias que tienen que ver entre sí, y que encogerán el alma del lector. Porque no olvidemos que, en los cuentos literariamente decentes, no siempre se puede acabar “siendo felices y comiendo perdices”.
A CONTINUACIÓN PODRÉIS LEER ALGUNOS PÁRRAFOS DE LA NOVELA, QUE TE LLEVARÁN A CONOCER UN POCO MEJOR A SUS PROTAGONISTAS PRINCIPALES.
Como muchos otros atardeceres, Julia Maldonado caminó con paso lento por el jardín de su finca hacia los acantilados. Allí, en su rincón peferido, se sentaba en su viejo banco y dejaba vagar su imaginación.
que, poco a poco les fue envolviendo en sentimientos más profundos.
Sus mensajes diarios les fueron llevando a confesarse sus vidas, sus pesares, sus anhelos… Hasta que llegó el día que necesitaban conocer el timbre de su voz.
Javier le propuso hablar por teléfono, a lo que Julia, pese a desearlo con toda el alma, la prudencia le decía que no debía hacerlo. Era una mujer casada, y ya había traspasado los límites de lo correctamente aceptado, enviando y recibiendo mensajes de un desconocido cada día.
Pero ambos necesitaban saber más el el uno del otro. Así, unos de los días en los que su marido salía a uno de sus largos viejes de trabajo, Julia aceptó esa llamada telefónica.